Tenía pestañas de caballo y el pelo pajoso y despeinado.
Y una sonrisa que no se le borraba de la cara con nada.
No quería dar detalles del guión que está escribiendo para la película de su vida.
Pero charlábamos. No recuerdo nada, pero charlábamos de todo.
Y nos reíamos.
Y yo trataba de contener las lágrimas, pero no podía.
Lloraba. Y lloraba cuando me desperté.
Y traté de volver a dormirme, de volver a esa casa.
Traté de memorizar sus pestañas, tan extrañas, tan largas, tan negras.
Sabía que no iba a volver a dormirme aunque lo intentara.
Son esas cosas que uno quiere demasiado, y por eso nunca pasan...
Me di cuenta que los años no habían pasado en su mirada, pero sí en su pelo y en sus palabras.
No habían pasado en sus manos, ni en su camisa blanca.
Era todavía una niña para mí.
Pero ya había logrado todo lo que la convirtió en mi heroína.
Una niña que charlaba conmigo en mi sueño.
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