ahí lista para adueñarnos de esos párrafos fascinantes
de los que nos hubiera gustado ser creadores.
Recuerdo esa sala del museo, en la ciudad de los libros
donde aprendí a dejar marcas como cicatrices
sin culpa
puro placer
Yo te lastimo libro mío
Tal vez por venganza
Ayer me hiciste llorar
Cuando al abrir la puerta me encontré con la valija de mi novio
lista para partir a Holanda
Y me vi tentada de esconder una carta
como Sofía,
entre el traje que dobló perfectamente para usar en el casamiento de su padre
y la pila de calzoncillos.
Lo vi abriéndola en medio de una habitación de hotel estándar
La carta plegada prolijamente dentro de un sobre azúl lavanda
escrita en un inglés ajeno
-el único común a los dos-
algo especial que no hubiera dicho ninguna de esas noches de confesiones apuradas.
Pero como pasa a veces en esas frases largas de Alan Pauls
en donde el volúmen de las palabras es el producto de una conjunción entre los hechos de la historia y las posibilidades que alguna vez imaginó el autor para sus personajes
-o las que sus personajes imaginan para ellos mismos-
lo de la carta en la valija nunca pasó.
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