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viernes, 24 de abril de 2015

Chicos - Sergio Bizzio


Los amigos eran Suli y Néstor Kraken. Suli era homeó­pata y Néstor Kraken sociólogo. Los dos pertenecían a la categoría “interesante”. Eran cultos, eruditos. Por momen­tos incluso inteligentes. Tenían una hija llamada Rocío, de 12 años, con un defecto físico general, muy perturbador si uno está sobrio cuando la mira: es hermosa por partes y horrible en su conjunto. Se diría que da la impresión de haber sido barajada más que concebida. Observarla es meterse de lleno en un vértigo aritmético, de dolorosas combinaciones. Sus ojos, por ejemplo. Un millón de muje­res (y de hombres) querrían tener ojos como los ojos de Rocío, pero ninguno los aceptaría si la condición fuera que vinieran acompañados por la nariz, que a la vez es perfecta (sola). Y así en todas direcciones hasta el final.
Lo perturbador del aspecto de Rocío tenía sin embar­go un atenuante, que era casi una bendición: no encajaba con su carácter. “Si fuese igual por adentro que por afue­ra sería esquizofrénica”, le comentó Muhabid a Érika du­rante el viaje en Ferry, en un momento en el que ambos creyeron que Álvaro dormía.

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